Aparición de la Virgen de las Lajas

Cuando pasaba por la cueva, quiso pasar de largo, se lleva una nueva sorpresa. Rosita exclamó: “la mestiza me llama, vamos a verla”

Jesús Arcos Solano

La Mestiza me llama. María Mueses de Quiñones, indígena de Potosí, viajaba de Ipiales a su pueblo. Le cogió una tormenta y se refugió en una cueva. Bajaba por el cañón del río Guáitara o Pastarán. Pidió la protección de la Virgen del Rosario, rezó sus oraciones y llegó a Potosí.

Después de estar con su familia, regresó a Ipiales y llevó a sus espaldas a su hijita Rosa, de 5 años, era sordomuda. Cansada por el peso de Rosita, busca descanso en la cueva, que antes le sirvió de refugio. Apenas estaba acomodada, cuando contempló con asombro que su hija se le había bajado y subía las gradas de la cueva. ¡Mamita, Mamita! Vea esa mestiza que se ha despeñado cargando un mesticito y dos mestizos a los lados; exclamaba la niña, muda hasta entonces. María oía por primera vez la voz de su hija, llenando esto de alegría su corazón.

Al llegar donde sus patrones, la familia Torresano, la indígena quiso contarles lo sucedido; no le hicieron caso. Se regresó a Potosí. Cuando pasaba por la cueva, quiso pasar de largo, se lleva una nueva sorpresa. Rosita exclamó: “la mestiza me llama, vamos a verla”. Impresionada, no entendía lo que pasaba, quería convencer a su hija, que continuaran su camino.

Cuando llegaron a Potosí, notó la ausencia de su hija, angustiada preguntó por ella; nadie le dio razón. Su instinto materno le dijo, dónde estaba la niña, había ido a visitar a la mestiza. Se fue a la cueva a rescatar a su hija. Todo cambió cuando miró a la Celestial Señora, que emanaba luminosos resplandores de extraordinaria belleza. Allí estaba Rosita, arrodillada, jugando con el Niño Divino, que había bajado para infundir gracias en el alma de la inocente niña. Abismada, ante tal suceso, encontrándose con los ojos de la Virgen, María cayó de rodillas, y contempló y agradeció tantos prodigios; y después de afectuosas despedidas, se retiraron de los celestiales mestizos.

Madre e hija empezaron a visitar asiduamente aquel lugar, llevando flores silvestres; pues su imagen había quedado grabada en la roca. Rosita enfermó gravemente y murió. Su madre se acordó de la Virgen, se la llevó, y la colocó a sus pies, y le suplicó que la resucitara. Fue tanta la fe, que le devolvió la vida. Llenas de alegría, salieron corriendo para Ipiales y contaron lo sucedido. (La 2ª parte narrará la construcción del templo.)