Diego Jaramillo Salgado
Si hubo algo que motivara el respaldo a los acuerdos con las Farc fue la convicción de abrir espacios a la construcción de paz. Perspectiva en función de garantizar la vida como principio esencial de la sociedad. No porque el conflicto armado fuera lo único que la amenazara. Sí, como condición de posibilidad para allanar caminos hacia la superación de muchos otros factores que la vuelven frágil o la anulan. Valga decir la pobreza, la miseria, la desigualdad. De qué sirven las libertades si el ser humano se ve impedido de ejercerla por la agonía cotidiana de garantizar un mínimo para su sobrevivencia. La lucha por el buen vivir es un camino de acceso a una sociedad que valore como básica la garantía de la vida. La larga historia de destrucción y de muerte en Colombia hace efímero ese ideal del cual no se puede renunciar, pero se torna débil ante los mínimos esmeros por garantizarlo. Asistimos perplejamente a una desvalorización de la vida como signo de realización humana. Hijos asesinando a sus padres. Niños abandonados a merced de la benevolencia del transeúnte. Vagabundos multiplicándose por doquier. Mendigos alzando su mano para implorar un mendrugo que le de aliento para alargar su existencia. Raponeros, atracadores, asesinos, quitándole la vida al transeúnte para hacerse a una bicicleta, un celular, un anillo, una cadena, cualquier abalorio. Organizaciones armadas autoproclamándose quién puede o no seguir existiendo. Grupos delicuenciales haciendo de su actividad un ejercicio práctico de lo que le enseñan las películas. Gobiernos e instituciones indolentes ante la descomposición social y la fragilidad de sus gobernados.
Asistimos a un momento crítico de la historia cuya tendencia es a hacer de la muerte algo ineludible del porvenir. No porque eso sea lo único seguro que normal y naturalmente tenemos los seres vivientes. Sino como la interiorización de que su precariedad es inevitable. Casi como una filosofía cuyo principio sea la admisión de que solo unos pocos pueden disfrutar del vivir bien. Ya sea por mandato divino o por una especie de ley de la naturaleza. De lo cual se desprende la invocación de la resignación como opción mística para no reaccionar ante lo que se vive y aceptarlo como aquello que no puede ser cambiado. Conclusión bárbara que solo puede ser superada si echamos mano de aquello que en lo más profundo de nuestro ser nos incita a negarlo y a dar todo de sí para lograr su transformación. Camino necesario para salir del abismo al que nos llevan los mercenarios de siempre.