Ayer se desplomó una fachada en la calle Novena, en el barrio El Empedrado. Se trata de un inmueble en evidente abandono por parte de su propietario. Hace días se preveía este percance, se había convertido en un sitio marginal, de malos olores pues muchos habitantes de calle lo usaban como letrina y sitio para consumir estupefacientes. Menos mal que nadie pasaba por la acera pues el volumen de la vieja pared de adobe perfectamente podría haber sepultado a una persona.
Hay muchas de estas casas en estado de abandono en la ciudad, que son responsabilidad exclusiva de sus propietarios, allí la alcaldía no puede intervenir pues se trata de una propiedad privada, ahora el dueño seguramente se enfrentará a sanciones económicas, y la sacará barata pues si se hubieran presentado heridos o muertos tendría una responsabilidad más grande.
Índole patoja
Cambiando de tema, y a propósito de Popayán y la índole de sus gentes, hay algo que nos caracteriza bastante y es la tendencia algo negativa, que es la falta de asertividad (con temor a no usar el término adecuadamente). Es decir a esa incapacidad consciente e inconsciente de no hablar claro. Nunca se expresa realmente lo que sentimos ni lo que pensamos, siempre hay algo que queda guardado, oculto, velado, con alguna intención, o sin ella.
Empecemos definiendo la asertividad desde el punto de vista psicológico: “la habilidad de expresar nuestros deseos de una manera amable, franca, abierta, directa y adecuada, logrando decir lo que queremos sin atentar contra los demás. Negociando con ellos su cumplimiento”.
Asertividad
Un ejemplo concreto es que la gente no dice que no piensa ir a algún sitio, o que no piensa cumplir una cita que se le está poniendo, pero no lo dice. Le da vueltas, no descarta nada. Luego cuando incumple tampoco asume las cosas, prefiere inventarse excusas, pero igual falta a la palabra. Por ejemplo, le pides ayuda a alguien para un trabajo, a cambio le ofreces cierta remuneración. La persona por dentro no quiere hacerlo, el trabajo le parece muy duro para lo que pagan, pero no lo dice. No se niega a ayudar a hacer el favor, pero en el fondo está seguro que no irá. “Listo, claro que sí”, y se compromete, pero luego, claro, no va, y argumenta asuntos que se le atravesaron en el camino. Y así cree que queda bien, que nadie le puede reprochar nada.