Por Jesús Arcos Solano
En la gran mayoría, por no decir en todas las habitaciones, recintos, consultorios, juzgados, tribunales, cárceles, corporaciones, etc, etc, siempre se encuentra suspendido en la pared, la imagen de Cristo, o como dice una bella canción “El Cristo de la Pared”. Y si en alguna parte debe presidir las sesiones, es en los juzgados, en los Tribunales y especialmente en la Corte Suprema de justicia, porque sus integrantes no son infalibles, y deben pedir a Cristo que los ilumine, que les dé sabiduría para que sus fallos sean justos e imparciales. El es, quien puede guiar, a los que por razón de sus cargos, deciden si hay culpa o no en un sindicado. Pero desafortunadamente, algunos miembros de una alta corporación de justicia, tuvieron la osadía de proponer, que se retirara el Cristo que estaba en el salón, desde mucho tiempo atrás, dizque porque la Constitución estipulaba la libertad de cultos. En buena hora, mediante votación, una mayoría decidió que el Cristo debería seguir presidiendo todas las reuniones. Siquiera que hay funcionarios, que como católicos convencidos, siguen los dictados de su recta conciencia. ¡Qué Cristo los siga iluminando!
Hay un relato histórico, referente a Cristo como testigo, para que los apáticos religiosos reflexionen. El relato, tiene como título: “A buen juez, mejor testigo” de José Zorrilla (Español).
Es una de las más bellas leyendas, en verso de José Zorrilla, incluida en la colección titulada Cantos del Trovador.
“Don Diego Martínez, capitán de los Tercios, seduce a Inés de Vargas, después de darle palabra de casamiento ante la imagen toledana del Cristo de la Vega. Días después, parte para Flandes, olvidando allí por completo su promesa. En vano, Inés intenta recordarle, a su regreso, el compromiso contraído. Diego la desdeña, y ella acude entonces en demanda, ante Pedro Ruiz de Alarcón, Gobernador de la ciudad. Don Pedro cita al capitán para que comparezca ante él, juntamente con Inés; pero como Don Diego niega ser ciertas las acusaciones de la joven, y ésta no puede presentar ningún testigo, le deja ir en libertad. Entonces, Inés desesperada, se vuelve hacia el Gobernador y pide que se detenga al culpable; pues sí tiene un testigo, un testigo que oyó desde lo alto sus palabras: El Cristo de la Vega, a cuyas plantas juró el capitán. Los jueces se ponen de pie al oír el nombre del Redentor.