Por Diego Jaramillo Salgado
Se realiza en Madrid, España, la feria del libro de este año. En ella el país invitado es Colombia. Seguramente, su conocimiento se hubiera restringido a quienes se ocupan directamente de aspectos literarios si el gobierno no desnudara su ropaje fascistoide. Aunque en estos eventos también hay textos de ciencia, tecnología y disciplinas sociales, sobresalen diferentes prácticas narrativas, como la poesía, la novela y el cuento. La alarma se activó cuando en la invitación oficial no fueron incluidos escritores como Héctor Abad, Piedad Bonnet, Laura Restrepo, Santiago Gamboa. Se volvió estrepitosa, al conocerse la justificación del embajador en ese país: “se buscaron autores neutrales”. Es decir, no críticos de la gobernanza actual. Es cierto que cuando se hace una designación se parte de una elección y, por tanto, de una clasificación. Quiérase o no, en ella se da cuenta del pensamiento o de los parámetros que guían esa definición. Con mayor razón, cuando quien la hace es alguien del campo gubernamental. En este caso, adquiere contundencia porque sigue la conducta de regímenes autoritarios silenciadores de la palabra de los escritores. Así se vio en el militarismo de Chile con Pinochet y en Argentina con Videla. En los que no solo el fantasma del comunismo se convertía en llamas por la quema de los libros que lo pregonaban, sino también los de sicoanalistas, poetas, y artistas cuya trayectoria crítica no le era afecta a los gorilas. El cercenamiento de los dedos al guitarrista y cantante Víctor Jara en el país del sur es contundente en este sentido
Debe mover a una amplia reflexión el hecho de identificar esta política en una tendencia derechista que busca imponerse en todos los espacios de la sociedad. Recordemos que de uno de sus integrantes, hoy embajador ante la OEA, se denunció su participación en la quema de libros, en su vida juvenil, en Bucaramanga. Augurio de una vida consagrada a la conservatización del país, cuya máxima expresión fue su paso por la Procuraduría. No muy lejos está la expresión de la senadora Cabal, cuando supo de la muerte de García Márquez, relacionándola con la de Fidel Castro: “Pronto estarán juntos en el infierno”. Lo que hoy nos ocupa no es un “error”, desliz o trastabillón de funcionarios o militantes de esa macabra tendencia que se impone a sangre y fuego. Se enmarca, más bien, en el propósito de incidir en las estructuras más finas de la sociedad y de la cultura para normalizar la exclusión, la sanción moral. Se trata de afianzar una hegemonía cultural, no necesariamente iletrada. Sino aquella en que el racismo y el autoritarismo sean las filosofías vertidas en los libros de los áulicos del sistema.