Juan Esteban Tróchez
Jean-Paul Sartre dijo alguna vez que “ningún punto finito tiene sentido sin un punto infinito de referencia”. Y en efecto, eso son los ideales, puntos infinitos de referencia, son aquello a lo que aspiramos, y nos sirve para saber hacia donde debemos ir, son algo así como la mítica estrella de Belén. Y es que, sin los ideales, ¿qué haríamos?, sin aquellos puntos de referencia no habríamos avanzando hasta donde hoy estamos como sociedad, ya que, como es bien sabido, la sociedad se crea con el fin de protegernos contra la naturaleza, como decía Freud, y en algún momento de la creación o imaginación de esta forma de organización de la comunidad, era sólo un ideal que pudiéramos “convivir” entre nosotros y trabajar por un bien común. Por lo general los ideales suelen ser inalcanzables, pero eso no significa que no cumplan su objetivo. En medio de esa imposibilidad de ser alcanzados, dejan como fruto una serie de principios. Un ejemplo es la libertad, aquello no existe más que en la idea, en la práctica la libertad es imposible, como ya lo han manifestado autores y filósofos como Karl Marx, que en capitulo 2 del Manifiesto Comunista, dijo lo siguiente: “… con toda modificación sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambian también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra la consciencia del hombre…” dándonos a entender que no somos ajenos a nuestro contexto social y condiciones de vida, y que esto condiciona nuestras ideas, es decir, no somos libres en nuestro pensamiento porque las condiciones materiales lo condicionan. O como también dijo Baruch Spinoza: “Los hombres se equivocan, en cuanto que piensan que son libres; y esta opinión sólo consiste en que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas por las que son determinados…” Pero a pesar de la imposibilidad de alcanzar esa libertad, gracias a este ideal, hoy somos menos esclavizados que antes – Hay que tener en cuenta que siempre somos esclavos de algo-. También es cierto que no todos los ideales son buenos o beneficiosos para la humanidad; por ejemplo, el ideal de Adolf Hitler era conquistar Europa a sangre y fuego, y así expandir la ideología Nazi y antisemita. A pesar de todo, los ideales que sean beneficiosos para el ser humano, son necesarios, su importancia reposa en que son aquello que nos lleva a ser mejores como humanidad. Y aunque imposibles de alcanzar, son necesarios.