No hay a quien clamar

El mundo va cuesta abajo, pero nuestro país hace tiempo que yace en el fondo del despeñadero. No podemos empezar este espacio editorial de otra manera, no hay optimismo ni esperanza posible cuando no despertamos y vemos en los medios la cara de un pequeño de solo 20 meses de edad que fue molido a golpes por su padrastro hasta la muerte. 
  El alma se nos desgarra. Qué podemos decir que ya no se haya dicho antes, que clamor al Cielo o a las autoridades colombianas encargadas de proteger los derechos fundamentales de nuestros pequeños no se ha elevado ya miles de veces. Ya no hay a quién recurrir, ya no hay a quién rogar por la niñez 
Qué sensación de desamparo no vivirán cada día millones de niños colombianos en manos de madres y padres desnaturalizados, enfermos, desequilibrados,  incapaces de dirigir sus propias vidas, mucho menos de ser tutores de unos pequeños inocentes que empiezan a vivir el rigor de la violencia nada más llegar al mundo. Y muchos solo conocen ese infierno particular, íntimo y solitario, antes de irse de este mundo. En el breve paso por la vida solo conocieron los golpes y el maltrato, y resulta difícil decirlo, pero casi que es mejor que haya resultado así, porque no hay manera que un ser humano pueda enderezar o darle algún sentido a su porvenir con daños tan profundos en su ser. Las heridas invisibles de la violencia en la primera infancia dejan cicatrices que no se borran jamás. 
El pequeño Samuel David Soto, natural de Popayán, ingresó al Hospital de Kennedy, en Bogotá y nunca más salió. La tía del menor afirmó a un medio de comunicación que por los golpes sufridos se le habían desprendido sus órganos. Los principales sospechosos serían su padrastro y la mamá del pequeño. El comandante de la Policía de Bogotá, informó que tanto el padrastro, señalado del homicidio, como la mamá del menor de edad “se encuentran en su residencia porque no recae ninguna orden judicial sobre ellos, teniendo en cuenta que hasta ahora inicia la investigación correspondiente. Vamos a darle celeridad”.
Entretanto, lejos de ahí, en el suroccidente de Barranquilla, un reciclador halló el cadáver de un bebé encima de una toalla, debajo de un puente en Santo Domingo.  Según la escena; el estado del cuerpo sin vida, la sangre y las huellas todo apunta a que la mujer que lo llevaba en su vientre (no deberpia llamarse madre) dio a luz entre el agua fétida y ahí lo abandonó.
En Santa Marta, en medio de una pelea entre adultos, en la que estaban involucrados sus padres y otros familiares, un bebé de 6 meses acabó golpeado con un palo y se encuentra en estado grave.
Así podríamos agotar muchos espacios como estos y aun serían insuficientes para registrar la cantidad de casos de maltrato y violencia inenarrable que sufren los niños colombianos. Cultivamos nuestro futuro sobre una tierra impregnada de sangre y dolor de inocentes, y de ahí nada bueno germinará. Institucional y socialmente somos un país que maltrata a los niños, que llena de veneno las semillas de nuestro porvenir. Cada niño maltratado es una bala en el cañón que algún día alguien padecerá.  Cada niño muerto es un fracaso profundo como  sociedad y como especie humana.