Nos matamos y qué más da
Entran y salen de las cárceles. Cuando son más jóvenes hacen lo mismo con el Instituto de Formación Toribio Maya de Popayán, donde se encuentran los niños, jóvenes y adolescentes que han tenido problemas de conducta en la sociedad y que están sancionados por la ley penal colombiana. Entran y salen. La mayoría de los jóvenes delincuentes provienen de hogares desestructurados, violentos, fragmentados o donde se ha dado un mal ejemplo desde siempre, con integrantes con problemas de alcohol, drogas, o delincuencia. No han tenido la oportunidad de percibir otra visión del mundo distinta a la que les ofrece su limitado panorama familiar y social. Y si para rematar no encuentran en la escuela o el colegio algo que los motive para emprender un proyecto de vida dentro de la legalidad, la tragedia está servida. La cultura hedonista de estos tiempos que destaca las posesiones materiales como el fin último de la vida del ser humano, las figuras que promueven valores trampa como la fama, el dinero fácil, las marcas, la búsqueda del placer y la comodidad, a toda costa, con el menor esfuerzo posible, hacen su parte. Y no escarmientan, muchas veces sienten el rigor de la justicia callejera, sienten el frío pavimento, los golpes, los insultos. Pero les da igual, es su ‘profesión’ , no conocen otra manera de ganarse la vida que no sea con el puñal, la pistola real o de fogueo, el raponazo, la amenaza, la intimidación o la extorsión. Miles de jóvenes deambulan por el camino de la delincuencia y otro ejército aspira a recorrerlo en esta crisis de valores, generada especialmente en la crisis de la familia y el sistema educativo. Porque si bien fallan las familias, también lo hacen los educadores y las instituciones en general. Todo joven que acaba muerto, en la cárcel o en medio de una justicia callejera enardecida es el fracaso de la sociedad en su conjunto. Es el fracaso de todos, porque todos hemos puesto de una u otra manera algún elemento desde nuestro ser. Y en ese escenario la muerte y el homicidio son asuntos cotidianos. Quitarle la vida a otra persona es algo normal en el día a día, necesario en muchas ocasiones. En Popayán lo del sicariato está entrando en lo que se considera ‘normal’ a fuerza de volverse frecuente; algo que se ha convertido en un elemento más dentro de la cultura de la violencia. Por cuenta de los sistemas de cámaras de vigilancia, los ciudadanos asisten casi que en vivo y en directo unas escenas crudas, violentas donde alguien acaba abatido. Ahora la muerte circula de mano en mano, ha dejado de ser algo especial; ha entrado en el territorio de lo vulgar y corriente.