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Por Diego Jaramillo
La Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, fue fundada con el nombre de Humanidades. Respondiendo a una tradición grecorromana y católica, tendencia presente en la mayoría de centros de educación que lleva su nombre. Responsable, en gran parte, de garantizar el afianzamiento de principios y valores instaurados como dominantes en el país. En el caso de Popayán, no sería extraño identificar en su creación la tendencia de dar fuerza a una formación de las elites aristocráticas, más allá de Medicina, Derecho e Ingeniería Civil, carreras señeras en la Universidad del Cauca hasta la década del setenta. De hecho, cuando empecé a orientar clases en el programa de Filosofía en 1977, estudiar a Hegel era revolucionario, y a Marx y a Freud, era terrorismo. Los profesores egresados de Univalle, éramos estigmatizados por proceder de los convulsos “cañauzales” vallunos a contaminar el ambiente cristiano, sosegado y nobiliario de la Ciudad blanca. Panfletos eran distribuidos casa por casa previniendo a la población de semejante contagio. Con una caja de resonancia en el grupo fascista denominado la falange con sus líderes intelectuales y operativos en las facultades de derecho y medicina. Quienes inauguraron los grafitis con esvásticas en las paredes antiguas hechas de barro. Que hoy se mantenga este espacio institucional con un reconocimiento a nivel nacional e internacional, es ya una proeza si se tienen en cuenta los embates del modelo de desarrollo neoliberal para reducir su programas al mínimo o desaparecerlos. Antes los hubo cuando los movimientos estudiantil y profesoral enarbolaron las banderas de la izquierda marxista y se articularon con las luchas populares. Relación que, en el caso del Cauca, no solamente posibilitaba ser voceros de las demandas indígenas, campesinas, sindicales, barriales y culturales. A su vez, introducía el debate interno por la defensa de la educación pública, la autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la articulación de la universidad con su entorno. El movimiento estudiantil fue el abanderado de llevar la iniciativa hacia importantes transformaciones, con inevitables y dolorosos costos. La expulsión de 18 estudiantes en 1979, el asesinato de Lucho Calderón en 1983 y amenazas a líderes estudiantiles, luego, son, absurdamente, el sello de acciones refrendadoras que hicieron posible las celebraciones de algunos éxitos académicos de la cumpleañera facultad