El consejo inesperado de un joven emprendedor que cambió mi perspectiva sobre los negocios
Bogotá, 27 de marzo de 2025 – Era agosto de 2016 cuando conocí a un joven que, vestido con jeans, una camiseta suelta y una chaqueta anaranjada con una marca reflectiva, me ofreció uno de los consejos más valiosos que marcarían mi forma de ver el mundo de los negocios. En ese encuentro, él me habló con una calma inusitada sobre un principio clave: en los negocios, es esencial compartir las ideas con otras personas, en lugar de guardarlas en silencio, como muchos de nosotros creíamos, esperando que la fórmula secreta del éxito floreciera en la soledad del emprendedor.
En ese momento, sus palabras parecían contradecir todo lo que hasta entonces habíamos oído sobre el emprendimiento. La idea de que un negocio debería nacer en la intimidad, sin dar detalles a otros por miedo a que te robaran la idea, era un concepto con el que muchos crecimos. Sin embargo, este joven, con una confianza natural y un enfoque práctico, argumentó que contarle las ideas a otras personas —especialmente a aquellas que tienen experiencia o perspectiva diferente— permite enriquecer la propuesta, obtener consejos valiosos y, sobre todo, evitar caer en los mismos errores que otros ya han superado.
¿Por qué tenía sentido creerle? En ese momento, ese joven no era más que un desconocido, pero sus palabras me hicieron cuestionar mis prejuicios. Aunque en ese instante su nombre no me decía mucho, él ya había hecho empresa y tenía resultados tangibles que respaldaban su experiencia. Los números y logros que había alcanzado en su campo demostraban que, en efecto, su visión tenía bases sólidas.
«Cuando compartes una idea, no solo la expones al mundo, sino que la pones a prueba. Permite que la gente critique, sugiera y se involucre. Es el camino para hacerla más grande, más fuerte», dijo, mientras sus ojos brillaban con una pasión por el emprendimiento que era contagiosa. Era claro que no solo estaba hablando desde la teoría, sino desde la práctica.
Esa conversación, aparentemente simple, cambió mi enfoque sobre cómo desarrollar ideas de negocio. Empecé a comprender que, a veces, la soledad del emprendedor es un obstáculo, no una ventaja. El diálogo, la colaboración y el intercambio de ideas con otros no solo enriquecen el proyecto, sino que también lo hacen más viable y menos propenso al fracaso.
Hoy, con el tiempo, he aprendido que los consejos que recibí aquel día han sido fundamentales en mi propio camino como emprendedor. El joven desconocido se convirtió en alguien que, a través de su ejemplo y sus enseñanzas, me abrió los ojos a una nueva forma de hacer negocios: una en la que la interacción, la apertura y el aprendizaje continuo son los pilares del éxito.