Otro robo… y otro joven a la lista: la delincuencia juvenil crece

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La lista de crímenes en Duitama no se detiene. Esta vez, el protagonista fue un joven de apenas 19 años, capturado el pasado jueves 3 de abril tras robar una bicicleta y lanzarse a la fuga. El hurto ocurrió en una zona céntrica y concurrida, a plena luz del día, lo que hizo aún más alarmante el hecho. Por fortuna, la reacción inmediata de la comunidad permitió que la Policía activara el protocolo de intervención y lograra interceptar al sospechoso antes de que desapareciera entre las calles.

La bicicleta fue recuperada en cuestión de minutos y devuelta a su dueño. Testigos del suceso destacaron la rapidez del procedimiento, pero también exigieron con urgencia algo más que capturas fugaces: pidieron mano firme, porque lo que pasa en la Perla ya no es un tema menor ni aislado.

¿Sirven las capturas si no hay consecuencias reales?

Y aquí es donde hay que alzar la voz: ¿sirve de algo capturar a alguien si en menos de 24 horas está de vuelta en la calle como si no hubiera pasado nada? ¿Cómo si hubiera cogido un dulce? La justicia no puede seguir quedándose en la foto del capturado. Necesita actuar con contundencia, imponer sanciones ejemplares, pero también rehabilitadoras, que frenen esta espiral de delitos desde la raíz.

El problema va más allá del castigo: faltan oportunidades

Pero ojo, esto no se resuelve solo con castigo. La Perla necesita con urgencia algo más profundo: medidas estructurales, no parches. Programas de inclusión, espacios de formación, ocupación digna, caminos reales para que nuestros jóvenes no sigan viendo en el delito la salida más fácil. Porque sí, la falta de empleo, de educación, de acompañamiento y de tejido social también pesan. Sin embargo —y que quede claro—, nada de esto justifica delinquir. El robo es un delito, punto. Pero si no entendemos el contexto, si no atacamos también las causas, esto será un cuento de nunca acabar.

La comunidad denuncia, pero la justicia no responde

Los duitamenses siguen denunciando. Quieren actuar. Pero sienten que sus esfuerzos se estrellan contra una pared blanda e inerte. “¿Para qué denunciamos si a los tres días ya están otra vez robando?”, se preguntan comerciantes del centro, hartos de ver rostros repetidos envueltos en fechorías… y sin consecuencias.

Porque sí, las cifras muchas veces maquillan la realidad. Pero las calles no mienten. Y cuando un muchacho termina viendo el hurto como su opción más viable, a veces es porque el sistema le cerró las otras puertas. Por eso, luchar contra la delincuencia juvenil no es solo cuestión de operativos y capturas, sino de políticas públicas reales, con enfoque humano, seguimiento serio y, sobre todo, voluntad política.

¿Y ahora qué?

Esta captura no puede verse como un simple número positivo en un boletín institucional. Es una alerta roja que exige revisar lo que estamos haciendo como ciudad, como Estado, como sociedad. Si seguimos reaccionando sin prevenir, si seguimos judicializando sin transformar, si seguimos viendo el delito como un simple trámite judicial… entonces la inseguridad seguirá cabalgando con fuerza, disfrazada de juventud sin oportunidades. Y si el Estado sigue ausente, la calle seguirá siendo quien críe.


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