Felipe Solarte Nates
Mientras almorzaba en un restaurante, en el noticiero un experto señalaba con preocupación, la escalofriante cifra de más de 700.000 jóvenes, que entre la cuarentena obligatoria del 2020 y el convulsionado 2021, desertaron de los centros educativos del país. El predominio de una visión pesimista del futuro en una humanidad hiperconectada se ha difundido entre jóvenes urbanos, pero también del campo. La visión apocalíptica de la posible muerte de sus padres y de ellos por el coronavirus u otros microorganismos parecidos; el calentamiento global; la guerra nuclear; la violencia institucionalizada; la inseguridad cotidiana; la perdida de contacto con sus compañeros y maestros durante la cuarentena; los programas de estudio descontextualizados; las pocas perspectivas laborales, entre otros; son factores que influyen en el auge de depresiones, ansiedad y otros trastornos mentales que no son tratados adecuadamente en familias, centros educativos y clínicas. La ausencia de perspectivas desencadena la adopción de comportamientos hedonistas, el afán de divertirse en medio del alcohol, sexo y drogas sin medir los efectos nefastos en el futuro de sus vidas. “¡A gozar que el mundo se va a acabar!”. Las pandilas reemplazan a los colegios, y los jóvenes son centro de disputa por carteles que los reclutan para reafirmar su dominio de territorios y del micro-tráfico, extorsión a negocios, guerras entre pandillas, prostitución, tráfico de personas, el gota a gota y demás negocios delictivos de los que se han apoderado. Una gran mayoría de adolescentes desertores de sus familias y colegios, sobre todo en el campo, se fueron a la fuerza o convencidos por los diversos grupos armados. Con la reocupación armada de los campos desatada por grupos de distintas marcas, ideologías e intereses, después que los gobiernos de Santos y Duque no llevaron el Estado a los territorios que desocuparon los frentes desmovilizados de las FARC, en el sólo Cauca, más de 160 adolescentes indígenas han sido reclutados por las Disidencias y otros grupos y muchos han resultado muertos en combate. Lo peor es que el fenómeno se intensificó cuando el actual gobierno, el 31 de diciembre de 2022, anunció el cese de hostilidades que sólo cumplieron las Fuerzas Armadas y la Policía, a la par que el ELN y las diversas cuadrillas de las Disidencias se enfrascaron en prolongados combates por apoderarse de áreas que por un tiempo estuvieron libres de grupos armados dominando el territorio.